Tiene el sol sus instantes de fastidio. Por ejemplo, ahora, cuando son las cinco y cae a plomo sobre Sevilla. También jode mucho ese rayo de sol que te despierta temprano en una mañana de resaca. Pero nunca es tan fiero, tan aborrecible, tan execrablemente luminoso como en este soneto de Góngora. Se trata de ese sol que viene a poner fin al goce de los amantes.
Seguro que a ti también alguna vez te ha pasado.
Lee:
Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándome a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas;
ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,
estaba, oh claro Sol invidïoso,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.
Si el cielo ya no es menos poderoso,
porque no den los tuyos más enojos,
rayos, como a tu hijo, te den muerte.
A no ser que la amada se llame Cloe y sea como la que aparece en este otro soneto de Bartolomé Leonardo de Argensola:
A UNA VIEJA SIN DIENTES
Aunque Ovidio te dé más documentos
para reírte, Cloe, no te rías,
que de pez y de boj en tus encías
tiemblan tus huesos flojos y sangrientos;
y a pocos de esos soplos tan violentos,
que con la demasiada risa envías,
las dejarás desiertas y vacías,
escupiendo sus últimos fragmentos.
Huye, pues, de teatros, y a congojas
de los lamentos trágicos te inclina,
entre huérfanas madres lastimadas.
Mas paréceme, Cloe, que te enojas;
mi celo es pío; si esto te amohína,
ríete hasta que escupas las quijadas.
¿Seguro que el sol nunca te ha sorprendido con Cloe?
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