domingo, 29 de enero de 2012

La literatura como redención

  Leí Madame Bovary porque el libro se cayó de la estantería donde cogía polvo en la biblioteca de mi pueblo. Llegó a mis manos por casualidad, como llegan las cosas que se van a quedar para siempre. Digamos que en ese momento yo pasaba por allí y que cuando me agaché a recogerlo del suelo, aún no era consciente de que estaba tocando por vez primera uno de los libros que más han hecho por que yo siguiera interesándome por esta cosa orgásmica, adictiva, enloquecedora, a veces profunda, otras banal, también dolorosa y si bien se mira inútil, que se llama literatura.
Era una edición de Alianza Editorial y llevaba un prólogo de Vargas Llosa extenso, sentido y agudísimo, que leí igualmente con frenesí, arrastrado aún, quizá, por la fuerza (no diré arrolladora para no caer en el sintagma hecho) con que Emma Bovary vivió su desdichada vida de insatisfecha.
Aquí te copio algunas palabras de Vargas Llosa, para que veas cómo la literatura, a veces, te puede salvar la vida.
Las drogas, el vino, la lujuria, el amor... son estupendas vías para la evasión, para la huida de una realidad implacablemente churretosa y esplenética, por decirlo con Baudelaire. Pero, lo malo, ay, es que todos esos caminos suelen dejar resaca.
Solo el arte, solo la literatura (podríamos decir la muerte, pero no queremos ponernos fúnebres este domingo ojeroso y último de enero) es un vía auténtica de liberación.

 Hace algunos años, durante unas semanas, tuve la sensación de una incompatibilidad definitiva con el mundo, una desesperación tenaz, un disgusto profundo de la vida. En algún momento me cruzó por la cabeza la idea del suicidio; otra noche recuerdo haber rondado (fatídica influencia de Beau geste), en las cercanías de la Place Denfert-Rochereau, las oficinas de la Legión, con la idea de infligirme , a través de la más odiosa de las instituciones, una fuga y una punición románticas: cambiar de nombre, de vida, desaparecer en un oficio rudo y vil. Es impagable la ayuda que me prestó, en ese período difícil, la historia de Emma, o, mejor dicho, la muerte de Emma. recuerdo haber leído en esos días, con angustiosa avidez, el episodio de su suicidio, haber acudido a esa lectura como otros, en circunstanxias parecidas, recurren al cura, la borrachera o la morfina, y haber extraído cada vez, de esas páginas desgarradoras, consuelo y equilibrio, repugnancia del caos, gusto por la vida. El sufrimiento ficticio neutralizaba el que yo vivía. Cada noche, para ayudarme, Emma entraba al desierto castillo de la Huchette y era humillada por Rodolphe; salía al campo donde la amargura y la impotencia la acercaban un instante a la locura; se deslizaba como un duende en la farmacia de Homais, y allí Justin, la inocencia convertida en secuaz de la muerte, la miraba tragar el arsénico en la penumbra del capharnaüm; volvía a su casa y padecía el indecible calvario: el sabor a tinta, la náusea, el frío en los pies, sus estremecimientos, los dedos que se incrustan en las sábanas, el sudor de su frente, el castañeteo de sus dientes, el extravío de sus ojos, los aullidos, las convulsiones, el vómito de sangre, la lengua que escupe su boca, el estertor final. Cada vez, a la tristeza y a la melancolía se mezclaba una curiosa sensación de sosiego y la consecuencia de la lacerante ceremonia eran para mí la admiración, el entusiasmo: Emma se mataba para que yo viviera. En otras ocasiones de contrariedad, depresión o simple malhumor he acudido a este remedio y casi siempre con el mismo resultado catártico. Esa experiencia y otras parecidas me han convencido de lo discutible de las teorías que defienden una literatura edificante por sus resultados. No son necesariamente las historias felices y con moraleja optimista las que levantan el espíritu y alegran el corazón de los lectores (virtudes que se le atribuían en el Perú al Pisco Vargas); en algunos casos, como en el mío, el mismo efecto lo pueden conseguir, por su sombría belleza, historias tan infelices y pesimistas como la de Emma Bovary.

¿Tú qué dices? ¿A ti qué te parece?
 Te dejo con el episodio resumido de la muerte de la Bovary.
Y luego me dices qué es lo que sientes.

  Y se tendió en la cama. La despertó un sabor acre que sentía en la boca. Entrevió a Carlos y cerró los ojos.
Se espiaba curiosamente para averiguar si no sufría. ¡Pero no, todavía nada! Oía el tictac del reloj, el ruido de la lumbre, y a Carlos que, de pie junto a su cama, respiraba.
"¡Qué poca cosa es la muerte! -pensaba-: ¡me dormiré, y se acabó!"
Bebió un trago de agua  y se volvió contra la pared. Aquel horrible gusto a tinta persistía.
-¡Tengo sed!... ¡Oh, qué sed tengo! -suspiró.
-Pero ¿qué tienes? -dijo Carlos ofreciéndole un vaso.
-¡No es nada!... ¡Abre la ventana... me ahogo!
Y le dio una náusea tan súbita que apenas tuvo tiempo de coger el pañuelo debajo de la almohada.
-¡Llévalo! -dijo vivamente-;  ¡tíralo!
Carlos al interrogó; ella no contestó. Estaba  muy quieta, por miedo a que la menor emoción la hiciera vomitar. Sentía un frío glacial que le subía desde los pies hasta el corazón.
-¡Ah, ya empieza! -murmuró.
-¿Qué dices?
Movía la cabeza con un gesto suave, lleno de angustia, a ala vez que abría continuamente la boca, como si llevara bajo la lengua algo muy pesado. A las ocho reaparecieron los vómitos.

[...]

 Gotas de sudor surcaban su cara azulenca, que parecía como fijada en la exhalación de un vapor metálio. Le castañeteaban los dientes, los ojos, agrandados, miraban vagamente en torno, y a todaslas preguntas respondía solamente con un movimiento de cabeza; hasta sonrió dos o tres veces. Poco a poco, sus gemidos fueron siendo más fuertes. Se le escapó un alarido sordo; dijo que estaba mejor y que se iba a levantar en seguida. Sobrevinieron las convulsiones; exclamó:
-¡Ah, esto es atroz, Dios mío!
Carlos se arrodilló junto a la cama.
-¡Habla! ¿Qué has tomado? ¡Contesta, por amor de Dios!
Y la miraba con unos ojos tan tiernos como nunca ella se los viera.
-¡Pues allí..., allí!... -dijo con voz desmayada.
Carlos se abalanzó al secretaire, abrió la carta y leyó en voz alta: Que no se culpe a nadie...Se detuvo, se pasó la mano por los ojos y siguió leyendo.
-¡Ah! ¡Socorro, socorro!
Y no sabía decir más que esta palabra: "¡Envenenada! ¡Envenenada!"

[...]

-¡No llores! -le dijo-. ¡Muy pronto dejaré de atormentarte!
-¿Por qué? ¿Quién te ha obligado?
Emma replicó:
-Era necesario, amigo mío.
-¿No eras feliz? ¿Es culpa mía? ¡Sin embargo, he hecho todo lo que he podido!
-Sí..., es verdad... ¡Tú síe res bueno!
Y le pasaba, despacio, la mano por el pelo. La dulzura de esa sensación ahondaba su tristeza; sentía todo su ser derrumbarse de desesperación ante la idea de que iba a perderla sin remedio, precisamente cuando le manifestaba más amor que nunca; y no encontraba nada; no sabía, no se atrevía, la urgencia de una resolución inmediata acababa de trastornarle.
Ella pensaba que ya había terminado con todas las traiciones, las bajeas y las innumerables concupiscencias que la torturaban. Ahora no odiaba a nadie; en su pensamiento se abatía una confusión de crepúsculo, y de todos los ruidos de la tierra no oía más que el intermitente lamento de aquel pobre corazón, un lamento dulce e indistinto, como el último eco de una sinfonía que se aleja.

[...]

De pronto se oyó en la acera un ruido de grandes zuecos, con el golpear de una cachaba; y se elevó una voz ronca que cantaba:

Souvent la chaleur d´un beau jour
Fait réver fillette à l´amour.

Emma se incorporó como un cadáver que se galvaniza, suelto el pelo, fijos los ojos, muy abiertos.

[...]

-¡El ciego! -exclamó.
Y Emma se echó a reír con una risa atroz, frenética, desesperada, creyendo ver la horrible faz del mísero, que se levantaba en las tinieblas eternas como un endriago.

Il suofla bien fort ce jour-là,
Et le jupon court s´envola!

Una convulsión la derribó de nuevo sobre la cama. Todos se acercaron. Había dejado de existir.  

La pobre Emma, ¿no te da pena? ¡Qué final más triste! ¡Quién lo diría viendo esta portada del libro!


  

domingo, 22 de enero de 2012

Buenísimas influencias

"Lo leí aquella noche, en la cama, asustado y atrapado por la mugre y la desolación de sus páginas. Puedo recitarles poemas enteros que me aprendí entonces. Sylvia Plath me abrió las maravillosas puertas de la perversión. Sí, no se ría. ustedes, los españoles, y también los franceses y los italianos, han crecido en otra tradición y no son capaces de entender este deslumbramiento. Pero los que hablamos inglés no hemos tenido ni a Rabelais ni a Sade ni a Bocaccio ni a Quevedo. La mierda, el orín, el semen y los coños han estado siempre fuera de la literatura, y todavía hoy nos sorprenden mucho. Fíjese en los escritores de ahora. Sí, joden mucho, compiten por ver quién la tiene más larga, quién describe mejor las infecciones vaginales, quién expresa mejor el dolor que se siente al ser desvirgado por el culo con una polla de dos pies de largo y quién construye al pederasta más simpático y popular. Son como esas chicas de barrio que juntan un dinero, compran sin conocimiento todo lo que no ham podido comprar antes y lo amontonanpor la casa sin saber qué hacer con ello. No saben usarlo. Ni siquiera quieren usarlo. Sólo quieren saber que pueden. Qué demonios, llevan siglos reprimidos. Dejémosle follar como locos una temporada. No seré yo quien venga con reprimendas de viejo cicatero. Ya se calmarán. De todo se cansa uno, créame. Y hemos estado tan faltos de oscuridad, hemos condenado al desván tanta sensualidad y tantas maravillosas aberraciones, que debemos airearlas. Nuestros clásicos no supieron valorar la suciedad. Los suyos, sí. Cuando uno tropieza con una mierda en un texto de Quevedo, siente que está en su sitio, pero si coloca esa mierda en una pieza de tetaro isabelino, apestará tanto que tendrá que dejar de leer. Quizá lo escatológico esté latente en las caricias y los perfumes de Wilde; quizá esté insinuado en las alucinaciones de Poe, y enfermizamente oculto en todos esos cuentistas de terror de Nueva Inglaterra, pero hay que bucear tanto para encontrarlo que no merece la pena el esfuerzo. ¡Ni siquiera Carroll fue capaz de decir abiertamente que le gustaría follarse a las hijas de sus amigos y tuvo que inventarse ese retorcido cuento! Los anglosajones pedíamos a gritos romper los corsés y liberar todos los fluidos que llevaban generaciones retenidos. ¿Cree usted que el punk hubiera podido estallar en otro sitio que no fuera Londres, con sus veteranos de guerra y su five o´clock tea? Había que rajar la panza de Winston Churchill y esparcir sus tripas por las calles".  


   La cita es un poco larga, vale, pero no podía dejar de copiar este maravilloso párrafo de uno de los cuentos que Sergio del Molino reúne en su libro Malas influencias. El cuento del que extraigo este texto va de la muerte de la poetisa Sylvia Plath y de cómo un tal Herbert, estudiante y aprendiz de poeta, la acompaña en sus últimos días hasta el punto de que la ayuda, involuntariamente, en su suicidio. Abandonada por su marido, el poeta Ted Hugues, y después de acostar a los niños, Sylvia Plath escucha a Beethoven mientras bebe coñac. Este cuento, "Malas influencias", es el que da título al libro.
Esta es Sylvia Plath:



Uno, después de leer el cuento de Sergio del Molino, tiene ganas de leer la poesía de Sylvia Plath.
Y este es Sergio del Molino:




  Uno, después de leer a Sergio del Molino, tiene ganas de seguir leyendo a Sergio del Molino.
 En la imagen está apoyado sobre varios ejemplares del libro del que hablo, Malas influencias
 En cuanto lo compré, me fui a un banco del parque de María Luisa, uno de esos bancos que parecen hechos para sentarse a leer allí un sábado con sol de mañana.
  Por lo bucólico del paisaje, lo mismo pegaba más releerse las églogas de Garcilaso, pero es que de tanto Garcilaso también se acaba hartando uno.
  En los cuentos de Sergio del Molino no hay Nemorosos dando el coñazo con sus lamentos ni ninfas lamentando la huida de los coños.
  O mejor dicho, las ninfas y los salicio-nemorosos de sus relatos son más bien maltratadores, terroristas, esquizofrénicos, suicidas, asesinos o poetas con su pan desencantado. Todos, personajes que viven, o malviven, al límite, o al margen de lo que comúnmente y para nuestra tranquilidad hemos dado en llamar normalidad;  todos, en el fondo, personajes que sufren algún tipo de abandono.  
  Como los pastores clásicos del Renacimiento, vaya.

  El libro me lo consiguió Juanlu, el creador de ese hermoso proyecto que se llama Palimpsesto2punto0.
  Puedes entrar aquí para ver con más detalle de qué hablo: http://palimpsesto2punto0.com/
Palimpsesto2punto0 es una revista literaria digital y una librería y una editorial fantásticas donde se trata con mucha exquisitez a todo el mundo (puedo dar fe) y donde se destila pasión por lo literario (puedo dar fe: conozco a sus colaboradores habituales; con todos he hablado de literatura y con todos me he emborrachado).
  El promotor de todo este tinglado, el alma mater, es mi amigo Juanlu, que es algo así, para entendernos, como el Carlos Barral de Sevilla.
  Juanlu Gavala, antes que editor y librero, y antes que filólogo, enfermero y bombero, es también poeta, como Carlos Barral, el de la editorial Seix-Barral. 
 Así que ya veo a un montón de jóvenes autores, dentro de unos años, presentarse al premio Gavala de novela, que convoca la editorial Álvarez-Gavala. O al premio Palimpsesto de poesía.

  Sergio del Molino ha publicado sus Malas influencias en Tropo Editores. Tiene otros libros.
El restaurante favorito de Nina Hagen y Soldados en el jardín de la paz son también suyos.
Pero a lo mejor en un futuro publica con Palimpsesto2punto0.
Yo ya lo veo, ¿y tú? 
  A Sergio del Molino llegué por un artículo suyo que alguien había colgado en twitter. Mientras todo el mundo lloraba por el posible cierre del diario Público, él se dedicaba a comentar la carta a los lectores con que Jesús Maraña explicaba las causas del  inminente cierre.
  Me encantó. Su estilo, su rotundidad en la crítica al director del periódico, su desdén por la indigestión de sensiblería que saturaba las redes sociales esos días.
  Mientras todo el mundo garcilaseaba por el abandono a Público, él se centraba en la mala gestión de la empresa y en la falta de una verdadera calidad periodística en el periódico.
  Desde entonces soy seguidor de su blog, donde se habla con humor, ingenio y rigor de libros, música, artículos..., ya sabes, de esas cosas que nos permiten seguir tirando.
  No he podido empezar mejor el 2012: me encanta este tío.
  Entenderás lo que digo cuando te des una vuelta por aquí: http://sergiodelmolino.com/

Luego puedes agradecérmelo invitándome a un güisquito.

domingo, 8 de enero de 2012

El vino de los traperos

   El amigo Pablo se invitó a una fabada de su madre para celebrar el fin de las fiestas navideñas, que tanto nos amargan. Mientras venía el suculento plato, le atacamos a la chacina y descorchamos unas botellitas de vino, nada, poca cosa, lo justo para unas pastillas que nos ha mandado a los tres el médico, jeje.




 Pablo habita un bonito sotabanco de Peris Mencheta. Claro que a la media hora - y entre la música de Billie Holliday, el vino, la animada charla intrascendente, el chorizo, los recuerdos, Baudelaire y el inevitable tomate- aquello era ya nuestro palacio.
Porque nosotros no somos como aquel guindilla valleinclanesco que no sabía nada, ni soñar.
Donde nosotros vivimos siempre es palacio.
Encima de la mesa teníamos Las flores del mal. Y nadie mejor que Baudelaire, el poeta maldito, el decadente, el simbolista, el dandi, el bohemiazo rebelde y atormentado que se pintaba el pelo de verde, para acompañar unos vinos.
Alberto jura que esta tarde, mientras engullía el queso y la caballa y las nueces con membrillo, ha escuchado cantar el alma del vino en las botellas. Y, por lo visto, el vino dice que decía más o menos esto:


 El alma del vino

Cantó una noche el alma del vino en las botellas:
«¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado,
Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos,
Un cántico fraterno y colmado de luz!»


Sé cómo es necesario, en la ardiente colina,
Penar y sudar bajo un sol abrasador,
Para engendrar mi vida y para darme el alma;
Mas no seré contigo ingrato o criminal.

Disfruto de un placer inmenso cuando caigo
En la boca del hombre al que agota el trabajo,
y su cálido pecho es dulce sepultura
Que me complace más que mis frescas bodegas.

¿Escuchas resonar los cantos del domingo
y gorjear la esperanza de mi jadeante seno?
De codos en la mesa y con desnudos brazos
Cantarás mis loores y feliz te hallarás;

Encenderé los ojos de tu mujer dichosa;
Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores,
Siendo para ese frágil atleta de la vida,
El aceite que pule del luchador los músculos.

Y he de caer en ti, vegetal ambrosía,
Raro grano que arroja el sembrador eterno,
Porque de nuestro amor nazca la poesía
Que hacia Dios se alzará como una rara flor!»



Pablo, en el fondo, se parece un poco a Baudelaire:






¿No te parece? Además, él también piensa que el vino vale más que los besos lujuriosos de esas flacas Adelinas que se ganan la vida en la Alameda. 
Esas daifas que, por cierto, parecen salidas ("y las urnas de amor que son vuestros corazones") de un poema de Baudelaire.


El vino del solitario

La singular mirada de una mujer galante
Que llega hasta nosotros como la blanca luz
Que enviara la luna al lago tembloroso
Cuando quiere bañar su indolente belleza
;


Los últimos escudos que tiene un jugador;
Un beso lujurioso de la flaca Adelina;
Los ecos de una música cálida y enervante
Como el grito lejano del humano sufrir,

No vale todo ello, oh botella profunda,
El penetrante bálsamo que tu fecundo vientre
Ofrece al corazón del poeta abrumado;


Tú le dispensas vida, juventud y esperanza
-Y orgullo, esa defensa frente a toda miseria
Que nos vuelve triunfales y a dioses semejantes.



 Y así hemos ido pasando la tarde, despidiendo la maldita Navidad, preparándonos para el segundo trimestre y lamentando la bajada de nuestro sueldo. Como la cosa siga así, dentro de poco tendremos que prescindir de algunas cosas. Al final vamos a acabar como esos traperos que andan entre la basura y los desechos.
Menos mal que siempre nos quedarán Baudelaire y el vino, el hijo sagrado del Sol:



 El vino de los traperos

Frecuentemente, al claro fulgor de un reverbero
Del cual bate el viento la llama y atormenta el vidrio,
En el corazón de un antiguo arrabal, laberinto fangoso
Donde la humanidad bulle en fermentos tempestuosos,

Se ve un trapero que llega, meneando la cabeza,

Tropezando, y arrimándose a los muros como un poeta,
Y, sin cuidarse de los polizontes, sus sombras negras
Expande todo su corazón en gloriosos proyectos.

Formula juramentos, dicta leyes sublimes,

Aterra los malvados, redime las víctimas,
Y bajo el firmamento cual un dosel suspendido,
Se embriaga con los esplendores de su propia virtud.

Sí, esta gente hostigada por miserias domésticas,

Molidos por el trabajo y atormentados por la edad,
Derrengados y doblándose bajo un montón de basuras,
Vómitos confusos del enorme París,

Retornan, perfumados de un olor de toneles,

Seguidos de compañeros, encanecidos en las batallas,
Cuyos mostachos penden como las viejas banderas.
Los pendones, las flores y los arcos triunfales

Iérguense ante ellos, ¡solemne sortilegio!

¡Y en la ensordecedora y luminosa orgía
Clarines, sol, aclamaciones y tambores,
Tráenle la gloria al pueblo ebrio de amor!

Es así como a través de la Humanidad frívola

El vino arrastra el oro, deslumbrante Pactolo;
Por la garganta del hombre canta sus proezas
Y reina por sus dones así como los verdaderos reyes.

Para ahogar el rencor y acunar la indolencia

De todos estos viejos malditos que mueren en silencio,
Dios, tocado por los remordimientos, había hecho el sueño;
¡El hombre agregó el Vino, hijo sagrado del Sol!