martes, 31 de mayo de 2011

¡Ay de mi Alhama!

   El Romancero español siempre me ha parecido un hontanar de verdaderas emociones. Además, en ningún otro sitio suenan tan bien y crean tanta belleza las repeticiones y las derivaciones como en un romance viejo.
De entre los muchos que me gustan, te dejo con este. A ver qué te parece:


 ROMANCE DE LA PÉRDIDA DE ALHAMA


   Paseábase el rey moro 
por la ciudad de Granada
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarrambla.

                —¡Ay de mi Alhama!—
 
Cartas le fueron venidas
que Alhama era ganada.
Las cartas echó en el fuego
y al mensajero matara.

                —¡Ay de mi Alhama!—
 
Descabalga de una mula,
y en un caballo cabalga;
por el Zacatín arriba
subido se había al Alhambra.

               —¡Ay de mi Alhama!—
 
Como en el Alhambra estuvo
al mismo punto mandaba
que se toquen sus trompetas,
sus añafiles de plata.

                —¡Ay de mi Alhama!—
 
Y que las cajas de guerra
apriesa toquen el arma,
porque lo oigan sus moros,
los de la vega y Granada.

                —¡Ay de mi Alhama!—
 
Los moros que el son oyeron
que al sangriento Marte llama,
uno a uno y dos a dos
juntado se ha gran batalla.

                —¡Ay de mi Alhama!—
 
Allí fabló un moro viejo,
de esta manera fablara:
—¿Para qué nos llamas, rey,
para qué es esta llamada?

                —¡Ay de mi Alhama!—
 
—Habéis de saber, amigos,
una nueva desdichada:
que cristianos de braveza
ya nos han ganado Alhama.

               —¡Ay de mi Alhama!—
 
Allí fabló un alfaquí
de barba crecida y cana:
—Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara.

                —¡Ay de mi Alhama!—
 
Mataste los Bencerrajes,
que eran la flor de Granada,
cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.

               —¡Ay de mi Alhama!—
 
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino,
y aquí se pierda Granada.

                —¡Ay de mi Alhama!—
 
                                                               Anónimo




¿Tú también tienes los pelos de punta? 
No sé a ti, pero yo, por muchas veces que leo el romance, no tengo claros mis sentimientos. 
 A veces me da pena ese rey moro que ha perdido Alhama y va a perder Granada más tarde.
Otras soy como ese alfaquí (entre los musulmanes experto en la ley) que responde al rey: 

"Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara". 

Y entonces me alegro de que el rey pague por lo que ha hecho. El tío se cargó a toda la casta nobiliaria de los abencerrajes en el salón de la Alhambra que luego llevaría su nombre, el salón de los Abencerrajes. Así que aquí coinciden la justicia divina y la poética. 
Pero ya te digo, aunque vuelva a leerlo, ese rey moro me inspira sentimientos encontrados.

Cosa distinta es cuando escucho el poema. 
Mi amiga Sonia (a todo esto, Sonia, me debes una cerveza) canta como los ángeles (lo siento, a veces un tópico es lo que mejor refleja la realidad). Ella es maestra de primaria y profesora de secundaria, o al revés. No sé. El caso es que ella es cantante. Una hermosa cantante, como puedes comprobar. 
Si yo fuera el rey moro del poema y ella mi alfaquí de barba cana y crecida, y me pegara esa bronca con su voz, no me importaría, no, no me importara.
Por oírla cantar en directo (ya no canta) yo entregaría complacido Granada.
Pon atención:





Cuando ella canta el romance ya no tengo dudas.
¡Me muero de pena! ¿No te dan ganas de coger al rey moro y darle uno de esos abrazos que llaman de oso? Sonia lo canta con tanta emoción, con una tristeza tan pegajosa, con un no sé qué que quedo balbuciendo. Siento el temor del rey., y me apena esa pena muy doblada que por lo visto merece. Vale que ha matado a los abencerrajes, debilitando de esa manera a los musulmanes frente a los cristianos. Digamos que se ha equivocado de enemigo, y ahora va a pagar por ello. Las consecuencias serán desastrosas. Y aun así, ¿a ti no te da pena? ¿Y no te solidarizas? Porque eso le puede pasar a cualquiera.
¿No has estado paseando por Granada, como el rey moro, desde la puerta de Elvira hasta la de Vivarrambla, y un mensajero te ha hecho saber que ya has perdido Alhama? ¿No te ha venido luego una pena muy grande?
¿Cuántas veces te has equivocado tú de enemigo?¿Cúantas has perdido tú Alhama? ¿Y Granada? ¿Y a ti mismo?
¿Entonces?



¡Menos mal que para curarnos de tanto desconsuelo nos queda la voz de Sonia!
Gracias.

sábado, 21 de mayo de 2011

El guardián entre el centeno

   Se quejaron del libro, del examen, del tiempo disponible para el examen, del lenguaje a veces soez que emplea el protagonista, de sus muletillas (jo, y eso, ...), de los nombres tan raros que gastan los personajes, de la multiplicidad de aventuras que trenzan la trama, de la caótica forma de narrar que sigue el personaje principal, de su carácter, de sus estados de ánimo, de sus repetidas quejas por nada y de sus críticas directas a casi todo.
  -Maestro, a mí el Holden este me da coraje.

   Pero luego se pusieron a escribir apretando con rabia los bolis, sacando la lengua, clavando bien los codos en la mesa. Yo estaba allí sin decir oste ni moste y atento solo a un zumbido, a un leve y aleve rumor, a unas como palabras ininteligibles que mascullaban entre dientes y que no conseguí descifrar, por más que estiré la oreja. 
¿Estarán reflexionando sobre el estilo de la novela o me estarán mentando a la madre?- me preguntaba.
Para distraerme me puse a echar fotos con mi móvil nuevo, aunque no encontraba el zoom, por eso en la foto no salen todos. Así que esto es parte de 4ºA:





¿A que viendo la foto parecen alumnos formalitos, estudiosos y centrados?  ¿A que dan el pego? Ahí están, todos desparramando sus letras por el folio, tan calladitos, tan concentrados, tan interesados en su trabajo. ¿No te resultan entrañables? ¿Sí? Pues espera a verlos un jueves a quinta hora o esos días en que para terminar la lección les quito cinco segundillos de recreo.

 Luego llegué a casa y leí sus exámenes por el final, es decir, empecé por las opiniones personales y, con alguna falta de ortografía (ejem, ejem), muchos decían que habían disfrutado con las aventuras de Holden Caulfield y alguno hubo incluso que hablaba de la ternura que le inspiraba nuestro héroe, o mejor  nuestro antihéroe.
En el examen había que comentar un texto de la obra, uno que le seguía a este otro:

-Oye Sally -le dije.
-¿Qué?
Estaba mirando a una chica que había al otro lado del bar.
-¿Te has hartado alguna vez de todo? -le dije-. ¿Has pensado alguna vez que a menos que hicieras algo enseguida el mundo se te venía encima? ¿Te gusta el colegio?
-Es un aburrimiento mortal.
-Lo que quiero decir es si lo odias de verdad -le dije-. Pero no es sólo el colegio. Es todo. Odio vivir en Nueva York, odio los taxis y los autobuses de Madison Avenue, con esos conductores que siempre te están gritando que te bajes por la puerta de atrás, y odio que me presenten a tíos que dicen que los Lunt son unos ángeles, y odio subir y bajar siempre en ascensor, y odio a los tipos que me arreglan los pantalones en Brooks, y que la gente no pare de decir...
-No grites, por favor -dijo Sally. Tuvo gracia porque yo ni siquiera gritaba.
-Los coches, por ejemplo -le dije en voz más baja. La gente se vuelve loca por ellos. Se mueren si les hacen un arañazo en la carrocería y siempre están hablando de cuántos kilómetros hacen por litro de gasolina. No han acabado de comprarse uno y ya están pensando en cambiarlo por otro nuevo. A mí no me gustan ni los viejos. No me interesan nada. Preferiría tener un caballo. Al menos un caballo es más humano. Con un caballo puedes...
-No entiendo una palabra de lo que dices -dijo Sally-. Pasas de un...
-¿Sabes una cosa? -continué-. Tú eres probablemente la única razón por la que estoy ahora en Nueva York. Si no fuera por ti no sé ni dónde estaría. Supongo que en algún bosque perdido o algo así. Tú eres lo único que me retiene aquí.
-Eres un encanto -me dijo, pero se le notaba que estaba deseando cambiar de conversación.

Holden Caulfield tiene dieciséis años. Y está dejando de ser niño. Y está empezando a ver que el mundo de los adultos está lleno de hipocresía, lujuria, vicio, falsedad, violencia, estupidez,... ese reino en que todos, quien más, quien menos, acabamos ingresando, irremisiblemente.Y no le gusta, claro. Por eso lo odia casi todo. Por eso lo deprime casi todo. ¿No te ha pasado esto nunca?
Los de 4ºB se empezaron a deprimir cuando les dije que solo tenían media hora para hacer el examen. O sea, que empezaron a odiarme cuando les dije que había que ser precisos y escuetos. Mira cómo fatigan sus lápices, mira cómo estrujan sus mentes:




Luego muchos compararon a Holden con aquellos románticos del XIX, desazonados, angustiados, atristados (maestro, me he inventado una palabra parasintética, para que veas que te escucho). Huyendo de aquella sociedad que les atormentaba se refugiaban en el pasado medieval o en países lejanos y exóticos. Así eran aquellos ornitorrincos románticos. Holden, por su parte, se alivia pensando en una cosa absurda.

Pero no la oí. Estaba pensando en otra cosa. En una cosa absurda.
-¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir?
-¿Qué?
-¿Te acuerdas de esa canción que dice "Si un cuerpo coge a otro cuerpo, cuando van entre el centeno..."? Me gustaría...
-Es "Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo, cuando van entre el centeno" -dijo Phoebe-. Y es un poema. Un poema de Robert Burns.
-Ya sé que es un poema de Robert Burns.
Tenía razón. Es "Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo" -le dije-, pero, verás. Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.

¿No crees que es precioso? Yo me veo también como Holden. La función de los profesores se parece un poco a eso. Estamos al borde de un precipicio y nuestro trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. Hay que salvarlos. No podemos dejar que se despeñen por el barranco de la crapulosa ignorancia, de la perra apatía, de la chatura mental.
Para que puedan seguir jugando entre el centeno.
La educación debe servir para que el campo de centeno se llene también de trigo, de lirios, de palmeras, de jacarandás, de dragos, de hayas, de margaritas, de robles y de cattleyas, como en las novelas de Proust.

Yo estoy encantado con mis alumnos de 4º porque aunque se quejan tanto como Holden también tienen su misma sensibilidad y su mismo encanto. O sea que son encantadores.
Pero no vayas a decírselo, que se confían, se relajan y luego no me atienden.

domingo, 15 de mayo de 2011

Negras contra blancas (o Vila-Matas versus Cercas)

   Aprender a jugar al ajedrez me costó un pastón. Pero no pienses que me apunté a algún club ajedrecístico o que invertí mis ahorros de toda una vida (algo menos de 20 euros) en la adquisición de libros sobre la materia. Tampoco soy de los que se masturban el cerebro intentando resolver el cuadrito sobre "Ajedrez" que traen los periódicos.
La cosa fue más dura. Aunque también más divertida.
¡Aprendí a jugar al ajedrez a base de botellas de sidra y albariño! ¿A que mola más?
Al final de cada etapa del camino de Santiago, Alberto y yo nos buscábamos un bar y pedíamos una botella de sidra, si estábamos en Asturias, o una de Albariño, si Galicia, y nos poníamos a jugar al ajedrez.
Por supuesto, pagaba el que perdía.
Por supuesto, siempre pagaba yo.
Como este sistema me llevaba inevitablemente a la ruina y a la cirrosis, decidí comprar unas tacitas para el café y sustituir el alcohólico castigo: ahora quien pierde limpia las tazas y, ya de camino, todos los cacharros de la cocina.
Mira qué monas son nuestras tacitas para el café de la tarde y el ajedrez:



La taza de Alberto es la del escritor Enrique Vila-Matas y la de Javier Cercas es la mía.
Alberto juega con las negras porque dizque la literatura de Vila-Matas está más cercana a la noche, la bohemia, lo oscuro, lo maudit.
Yo juego con las blancas porque las novelas de Javier Cercas son más limpias, más claras, más ordenadas.
La novela-ensayo-biografía París no se acaba nunca cuenta los días de Vila-Matas como joven escritor bohemio en el París de los años setenta. En ella, las buhardillas, las chambres, los clochards y todo ese paisaje y esa fauna ya tan literaturizados se mezclan con las figuras de Margarite Duras, Rimbaud, Modigliani, Henry Miller, gente así, gente con una vida más desordenada, gente con una vida más apegada al negro. Por eso Alberto siempre elige las negras.
Y como la literatura de Vila-Matas tiene mucho de metaliteraria, Alberto ha adoptado ese estilo cuando mueve las piezas sobre el tablero. "Voy a mover este caballo y después subir este peón para acorralar así a tu reina", pronuncia mientras bebe de su taza Vila-Matas. Claro que no hay que hacerle mucho caso, como tampoco hay que hacerlo a todo lo que cuenta Vila-Matas en sus obras.
Mi juego es más clásico y suelo organizar las partidas en planteamiento, nudo y desenlace, como las novelas de Javier Cercas. Me centro en la trama de la partida y poco a poco, peón a peón, como soldados de Salamina, la acción va avanzando, siguiendo un orden, encaminada a un final sorpresivo. Yo no juego a sorprender todo el rato, como hace Alberto en cada jugada, como hace Vila-Matas en cada página.
Alberto sube y baja las torres, alocadamente, y está siempre enrocándose, como las novelas de Vila-Matas. 
Incluso, a veces, cuando le digo que es su turno y que por qué no mueve ficha, el tío me responde, como si fuera un personaje de Herman Melville: "Preferiría no hacerlo". Y se levanta y se va, dejando la partida a medias. Eso suele ocurrir cuando le da un gran sorbo a su taza y se intoxica de Vila-Matas y su tema favorito, la literatura del no. En su obra Bartleby y compañía, Vila-Matas reflexiona sobre los escritores que repentinamente dejan de escribir (Rimbaud, Rulfo, Salinger...), a lo mejor porque simplemente preferirían no hacerlo, como Bartleby, aquel extraño escribiente que se resistía a abandonar su oficina.
Unas veces yo muevo las piezas a la velocidad de la luz y otras mis movimientos se remansan y se demoran en la anatomía de un instante, de ese instante crucial en que la partida está próxima a decidirse. Como Javier Cercas en su premio nacional de narrativa, yo analizo a fondo la situación, me planteo preguntas, escudriño el careto de mi oponente, calibro sus intenciones, mido todos los posibles movimientos, estudio mis contraataques y, cuando menos se lo espera, ¡zas!, jaque mate. Así de simple.
¿Que no? Mira la foto de la última partida:




Así que mientras Alberto friega los trastos de la cocina, yo me tumbo a saborear mi victoria. Con un libro de Vila-Matas entre las manos, por supuesto.

martes, 3 de mayo de 2011

¿Tú por quién apuestas?

También se ha muerto Sábato. 
A la temprana edad de 99 años.
Como ha vivido muy poco solo le dio tiempo a escribir tres obras importantes: El túnel (1949), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abbadón el exterminador (1974).
Se murió el pasado sábado.
¿Adivinas quién fue el primero en escribir un artículo sobre él? ¿No te lo imaginas? ¿De verdad que no? ¿Seguro?
¡Pues sí! ¡Juan Cruz! ¡El primero! Es como ese personaje de Tabucchi que aparece en Sostiene Pereira, que ya tenía escritas las necrológicas antes de que el escritor de turno se muriera.
Puedes leer su artículo en El país. En él, como casi siempre hace, se centra más en lo anecdótico que en otra cosa. Que si una vez Ernesto Sábato le dijo a su compatriota Valdano que le diera un puñetazo en el estómago para demostrar su fortaleza, que si otra vez en Casa Lucio comieron juntos huevos estrellados mientras cantaban una milonga argentina, que si las disputas con Borges, que si era un hombre triste y su mujer encarnaba por contra la alegría y la ilusión, que si patatín, que si patatán, etc. 
Con cosas así escribe Juan Cruz sus artículos. Periodismo de calidad. Desde aquí pedimos que le den el premio Mariano de Cavia.
Por suerte, también puedes leer en El país el artículo de Félix Grande, que hace honor a su apellido. Ahí se habla de Sábato como un creador de conciencia, como un hombre indignado e íntegro cuyos libros, preclaros y angustiantes, son los avezados fustigadores de la calumnia, la estafa o la injusticia.  
Para rendirle homenaje, estuvimos leyendo en casa unos pasajes de su inquietante Informe sobre ciegos.
Y bebiendo quilmes, claro, que quedaba más argentino, y comiendo pizzas porque no teníamos huevos estrellados, como Juan Cruz.
Y cantando canciones de La renga, que también quedaba más argentino, porque no nos sabíamos ninguna milonga argentina, como Juan Cruz.
Todo con mucha voracidad, como se puede mal ver en esta foto.




Rosa decidió llamar a Juan Cruz y leerle el principio del Informe sobre ciegos. Mira:




Juan Cruz no le cogió el teléfono. Así que nos dio por imaginar que estaría escribiendo el artículo sobre la muerte de otro escritor vivo. Hicimos una porra. Rosa y Rocío apostaron por Gabo, Alberto por Juan Gelman y yo por Michel Houellebecq, no sé por qué, a lo mejor por efecto de las quilmes.

Rocío quiso recordar de nuevo a Gonzalo Rojas, pero leía muy bajito, o Alberto, a esas horas, ya estaba muy sordo.



A lo mejor también por efecto de las quilmes.
En fin. Otro día te cuento el final de la velada.