viernes, 29 de julio de 2011

Ríete hasta que escupas las quijadas

  Tiene el sol sus instantes de fastidio. Por ejemplo, ahora, cuando son las cinco y cae a plomo sobre Sevilla. También jode mucho ese rayo de sol que te despierta temprano en una mañana de resaca. Pero nunca es tan fiero, tan aborrecible, tan execrablemente luminoso como en este soneto de Góngora. Se trata de ese sol que viene a poner fin al goce de los amantes.
Seguro que a ti también alguna vez te ha pasado.
Lee:



Ya besando unas manos cristalinas,

ya anudándome a un blanco y liso cuello,

ya esparciendo por él aquel cabello

que Amor sacó entre el oro de sus minas;



ya quebrando en aquellas perlas finas

palabras dulces mil sin merecello,

ya cogiendo de cada labio bello

purpúreas rosas sin temor de espinas,



estaba, oh claro Sol invidïoso,

cuando tu luz, hiriéndome los ojos,

mató mi gloria y acabó mi suerte.



Si el cielo ya no es menos poderoso,

porque no den los tuyos más enojos,

rayos, como a tu hijo, te den muerte.


A no ser que la amada se llame Cloe y sea como la que aparece en este otro soneto de Bartolomé Leonardo de Argensola:

A UNA VIEJA SIN DIENTES

Aunque Ovidio te dé más documentos

para reírte, Cloe, no te rías,

que de pez y de boj en tus encías

tiemblan tus huesos flojos y sangrientos;



y a pocos de esos soplos tan violentos,

que con la demasiada risa envías,

las dejarás desiertas y vacías,

escupiendo sus últimos fragmentos.



Huye, pues, de teatros, y a congojas

de los lamentos trágicos te inclina,

entre huérfanas madres lastimadas.



Mas paréceme, Cloe, que te enojas;

mi celo es pío; si esto te amohína,

ríete hasta que escupas las quijadas.


¿Seguro que el sol nunca te ha sorprendido con Cloe?

martes, 26 de julio de 2011

Final en Literanta

                                                                         A Jesús, que nos hablaba de los rusos.
                                                                              A Juanma y Mª Ángeles, que me llevaron a Literanta.

 De entre los muchos encantos que tiene la isla de Palma, no puedes perderte "Literanta". Es una librería grande, llena de esa tranquilidad majestuosa que tienen las librerías de verdad, donde los libros, en hermosísimas ediciones, se ve que han sido colocados en sus estantes con mimo, con amor, casi diría con fervor religioso, como si fueran hostias consagradas. Suena todo el rato una música exquisita. En las paredes cuelgan retratos de los grandes: Oscar Wilde, Proust, Machado, Octavio Paz, Goytisolo, (¿Goytisolo?)... Tiene, además, una cafetería. Y unas mesitas con sillones para quien quiera conjugar allí el café y un libro.

Lo que viene siendo una cosa así:






¿Se entiende ya lo que digo?
Así que no encontré mejor sitio para pasar la mañana. Compré un libro que andaba buscando de Pablo Gutiérrez, Rosas, restos de alas y otros relatos, pedí un café y me arrellané en el sillón que se ve en la foto. Lo abrí con verdadera delectación. Tenía toda la mañana para no hacer otra cosa.
Pero me fue imposible concentrarme.
La Karenina absorbía ya todo mi ser.
Volví a ella, arrepentido, ansioso, como el católico que va a comulgar después de mucho tiempo sin hacerlo.
Las últimas páginas del libro son soberbias.
Al final de la novela, a la Karenina se la comen los diablos.
 La sociedad moscovita ha condenado su infidelidad haciéndole el vacío y ella está obsesionada con su amante. Le dispensa un amor enfermizo, torturante, desesperado. Cree que el conde Vronski la engaña con otras, no soporta quedarse a solas, ve fantasmas por todos lados.
La insatisfacción la corroe. Se siente engañada:
"¡Se van aclarando mis ideas! -se dijo Ana cuando montó en el coche, que rodaba por un empedrado irregular-. ¿En qué estaba pensando últimamente? ¿En el peluquero Tioutkin? No... ¡Ah, ya caigo! Era en las reflexiones de Iachvin sobre la lucha por la vida y sobre el odio, único sentimiento que une a los hombres. ¿Adónde vais tan deprisa? No podréis huir de vosotros mismos, y el perro que lleváis tampoco escapará a su destino", pensó, interpelando mentalmente a un alegre grupo que ocupaba un coche de cuatro caballos y que, evidentemente, iba a pasar el día en el campo.
Siguiendo la mirada de Pedro, que se había vuelto sobre el asiento, vio a un obrero borracho conducido por un agente de la autoridad.
"Este ha sabido hacerlo mejor que nosotros. También el conde Vronski y yo hemos buscado el placer, pero el placer no es la felicidad a que aspirábamos".
Por primera vez, Ana había enfocado sus relaciones con Vronski desde un punto de vista crudo y real, que le hacía entrever el fondo de todas las cosas.
"¿Qué ha buscado en mí? La satisfacción de la vanidad más que la del amor".


Pese a todo, no puede evitar seguir a su amante. Lo busca desesperadamente, mientras un turbión de pensamientos la martiriza dentro del pescante:

"Mientras mi amor se hace cada día más egoísta y apasionado, el suyo se va apagando poco a poco. Por esa razón no nos entendemos. Y no existe ningún remedio para esta situación. Él lo es todo para mí, quiero que se entregue a mí totalmente, pero no hace más que rehuirme. Hasta el momento de nuestra unión, íbamos uno al lado del otro. Ahora caminamos en sentido inverso. Él me acusa de ser ridículamente celosa. Yo me he hecho también este reproche, pero sin ninguna razón. La verdad es que mi amor ya no se siente satisfecho. Pero..."

Al llegar a la estación su cochero le entrega el sobre donde Vronski le responde a una nota suya: "Lo siento mucho, pero su nota no me encontró en Moscú. Volveré a las diez." La Karenina está desquiciada, pero ya empieza a verlo todo claro.
O demasiado oscuro:

"De pronto, se acordó del hombre aplastado el mismo día de su encuentro con Vronski, y comprendió lo que tenía que hacer."

Ha llegado a un punto de no retorno. La fatalidad ha instalado sus monasterios en ella.
Tú, a estas alturas de la novela, ya estás leyendo con el corazón desatado. Has llegado a ese momento inenarrable y extremadamente placentero en que no puedes parar de leer y al mismo tiempo no quieres mirar. Tienes delante a un personaje con el que has convivido varios días y tienes que despedirte.
 Un personaje que además está sufriendo, abarrocado de angustia, asomado al abismo:

"Pues sí, yo también estoy sufriendo gravemente del tedio, y puesto que lo exige la razón, mi deber es librarme de él. ¿Por qué no apagar la luz cuando no hay nada que ver, cuando el espectáculo se pone odioso...? Pero ese empleado, ¿por qué corre por el estribo? ¿Qué necesidad tienen esos jóvenes del compartimento vecino de gritar y de reír? ¡Si todo son males e injusticias, mentira y fraude...!".

viernes, 22 de julio de 2011

¡Si Tolstói levantara la cabeza!

Es muy placentero ver cómo tu amigo del alma se levanta temprano para ir a trabajar mientras tú paseas tranquilo por las calles semidesiertas de la isla, te sientas en una terracita, pides un café y un cruasán, y te pones a darle a tu Ana Karenina. Jeje.
Me lo imagino atareadísimo, cogiendo mil teléfonos, redactando informes, organizando cursos, soportando las broncas del jefe.
Ayer, sin embargo, estaba muy relajado, ajeno a todo lo que se le vendría hoy. Aquí lo tienes, engorilándose con el vino:





Hoy, claro, se ha levantado justo de tiempo, no encontraba las gafas y el muy mamón se ha llevado las mías.
Así que estará leyendo papeles, contratando gente, revisando cosas, con mis gafas de leer novelas rusas.
 Como es muy perfeccionista, ya lo veo preocupadísimo porque todo salga bien.
Mi única preocupación, por contra, es remover bien el azúcar dentro de la taza y tratar de no derramar el café sobre ninguna página del libro. A estas horas, soy el único cliente del bar. Por la carrer de Colón, cerca de la catedral, apenas pasa nadie, salvo un ligero y caprichoso vientecillo que perturba con suavidad las ramas de los árboles. Todo es tranquilidad. Así que me sumerjo en la lectura y... ¡caracoles!, ¡diablos!, ¡pardiez!, ¡demonches!, ¡san Dios!
¡Tolstoi es un visionario!
Veslovski, Oblonski y Levin discuten animadamente sobre el trabajo y la economía en la Rusia zarista del XIX:

-Ésa es otra cuestión. Yo no veo inconveniente , si eso te sirve de satisfacción, en reconocer su utilidad. Pero tengo por inmoral toda remuneración que no guarde la debida proporción con el trabajo.
-¿Y cómo determinar esa falta de proporción?
-Refiriéndola a toda ganancia adquirida por medios insidiosos pocos correctos -respondió Levin, incapaz de trazar un límite exacto entre lo justo y lo injusto-. Pongo por ejemplo los pingües beneficios de los bancos. Esas fortunas tan rápidas son, sencillamente, escandalosas. "Le roi est mort, vive le roi."

¿Qué diría el pobre Levin hoy día si supiera que el sueldo de Rodrigo Rato y sus compañeros de Bankia es de 10,15 millones de euros anuales? ¿Y si se enterara de que Ignacio Sánchez Galán, el presidente de Iberdrola, ganó 7,39 millones de euros el primer semestre de este año? De esto último nos hemos enterado hoy. Lo he leído en el blog de Carlos Carnicero, al que han despedido de la SER, imagino que por decir cosas como las que siguen:

Pido a quien me está leyendo este Blog que  busque en Google u otro buscador equivalente las sucesivas declaraciones de Miguel Sebastián, Ministro socialista de Industria y del exvicepresidente del Gobierno y candidato del PSOE, Alfredo Rubalcaba y de la vicepresidenta Elena Salgado justificando las subidas de la factura de electricidad.
Lo hago desde la responsable indignación que me promueve la actitud de este individuo, la pasividad del Gobierno y el silencio cómplice del Partido Popular y del candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, que promete en campaña lo contrario de lo que ha hecho en el Gobierno.

En fin, nosotros, como ganamos un poquito menos que estos señores tan importantes, nos fuimos al "Setevalatapa", que es un garito muy acogedor donde por tres euros te ponen unas alitas de pollo sabrosísimas y cerveza. Tal que así:


La bellísima Arancha tiene una sonrisa muy embaucadora y unas piernas preciosas que son para exponerlas en un escaparate. Joaquín estaba ahí con el tintorro, pero pensando ya en los pelotis que vendrían después. Yo me puse en medio de los dos, para poderle tocar de vez en cuando el codito a Arancha, mientras le soltaba un rollo justificativo a su marido sobre la Kinesia y el "raport".
Y todo esto en un plaza casi en penumbras, porque la luz sigue subiendo, como la cuenta del capitoste de Iberdrola.
¡Si Tolstói levantara la cabeza!

jueves, 14 de julio de 2011

Todas las familias con siroco se parecen

Mataconejos, gitano, qué agallas tiene la Karenina, su marido anda con su poquito de siroco, porque ella está extorsionando al Vronski, quiero decir que le da mancuerda, aunque a mí me da que en una de estas le suelta el epílogo al joven conde, pese a que de momento están ya, como quien dice, en Fuentes. Pero me gusta la karenina, los tiene bien puestos, mira el jicarazo que le suelta al marido dentro del landó, apenas comenzada la novela, allá por la página 200:

-No se equivoca usted -dijo lentamente Ana, mirando con zozobra el impasible rostro de su marido-. No, no se equivoca. Estaba y estoy desesperada. Le escucho a usted cuando habla, pero estoy pensando en él. Le amo, soy su amante. No puedo soportarle a usted. Le odio, le aborrezco. Haga conmigo lo que quiera.

¿Te imaginas a la remilgada de la Regenta hablando así? ¿No, verdad? ¿Y a la boba de la Bovary?
Mata, amor, la Karenina no se anda con rodeos, no se ve con chicos, no pasea por las playas, no les regala caretas.
Yo he llegado ya a la tercera parte, cuando Kitty se está curando el siroco en el balneario alemán. ¿Por dónde vas tú? ¿Has conocido ya a Varenka? Por cierto, ¿no se parece un poquito a Anita Hall? Y Petrov, ¿no te recuerda al anciano del quinto que a duras penas puede caminar?  Y la peluquera del primero, ¿acaso no es la viva imagen de Ana Paulovna? Mataconejos, Lopillo, por qué playas paseas tu Karenina, a qué puertos canarios apuntan sus pugnaces pechos, seguro que la Vinchuca se la ha llevado a San Petersburgo, yo, sin embargo, no la saco del piso, solo de vez en cuando la siento en las colombianas, mientras miro pasar el tráfico que no hay y la luz que se demora en los naranjos.
Volví a ver a la bicha, ya lo sabes, mientras los Scherbazki volvían a su tierra y Levin se afanaba en su ganado. La bicha se transformó por un día en la ninfa tercera de Garcilaso, porque nos sobormujamos en su piscina, que tenía también algo de balneario alemán curativo, por cierto.
Y poco más que contarte, salvo que ya estoy definitivamente de vacaciones, que he pinchado tu bici nueva, que Don Lomito sombrea a su torda en Órgiva, y que uno epiloga o bebe cerveza o coachea o desnuda por las tardes a la karenina para no morirse de hastío, hasta que tú vengas, campeona, y nos vayamos a lo de Regina con las niñas y a lo de Borges y a lo de Nacho Vegas, que toca por el norte en agosto, por si no lo sabías, príncipe del tomate, Esteban Arkadievich del políngano.