miércoles, 7 de diciembre de 2011

Individuos necesarios

                                                              
                                                                             Al coronel Aureliano Buendía, 
                                        muchos años después.
  

  Cuando me enteré del Cervantes a Nicanor Parra corrí a coger un libro suyo.   Como mis libros no siguen ningún orden, tardé bastante en encontrarlo. Al fin, sudoroso, tembloroso ya de cansancio y medio aburrido, lo encontré. Estaba, curiosamente, al lado de Bukowsky, con quien comparte la misma cara de experto en bebecuas y una amorosa y cuidada tendencia hacia la oralidad poética.
  Leí de nuevo sus poemas, que no leía desde cuarto curso de carrera.
  Hay libros que encierran momentos mágicos (por decirlo con palabras de Andrés Amorós) de tu vida.
  Aunque a veces no lo sepas.
  Los Poemas y antipoemas de Parra en Cátedra es un libro de esos. 
  Aunque yo no lo sabía.
  Ahora lo sé.
  Muchos de los poemas del libro están anotados por el estudiante (mediocre) que yo fui, siguiendo las anotaciones de los profesores (mediocres) que yo tuve. 
Qué buen vasallo si oviese buen señor. Ay.
  La cosa es que me hizo ilusión releer mis propias glosas sevillanenses.
  En el primer poema, "Advertencia al lector", Nicanor Parra habla claro:

Y yo he decidido declarar la guerra a los cavalieri della luna

  Al lado de este verso, yo anoté: "O huir de estos cavalieris o ser uno de ellos, pero debe ser con armas poderosas".

  En otro poema, "Solo de piano", yo tengo escrito "y viceversa" al lado del siguiente verso:

ya que también existe un cielo en el infierno

  Otras anotaciones de otros poemas pretenden ser más científicas o al menos menos personales. Abundan cosas como "la repetición es el gran mecanismo para no perderse", "No es un yo egolátrico", "parodia del lenguaje científico", "narratividad de la poesía" y sandeces de ese estilo.

  Pero lo emocionante fue reconocer su letra en el poema "La trampa".
  Su letra menuda, redonda, de trazo firme.
  Minuciosamente anotado, es el poema mejor analizado del libro.
  Diez años después, ¡la letra de Silvia! 
  Inconfundible, claro.
  ¿Qué hace su letra en mi libro? ¿O será al revés?
   ¿Acabé robándole el libro a Silvia, a Rimbaud, a aquella Venus del vino tinto?
Cerré un poco los ojos para leer mejor sus comentarios, precisamente, a ese poema, "La trampa".



LA TRAMPA

Por aquel tiempo yo rehuía las escenas demasiado misteriosas.
Como los enfermos del estómago que evitan las comidas pesadas,
prefería quedarme en casa dilucidando algunas cuestiones
referentes a la reproducción de las arañas,
con cuyo objeto me recluía en el jardín
Y no aparecía en público hasta avanzadas horas de la noche;
O también en mangas de camisa, en actitud desafiante,
solía lanzar iracundas miradas a la luna
procurando evitar esos pensamientos atrabiliarios
que se pegan como pólipos al alma humana.
En la soledad poseía un dominio absoluto sobre mí mismo,
iba de un lado a otro con plena conciencia de mis actos
o me tendía entre las tablas de la bodega
a soñar, a idear mecanismos, a resolver pequeños problemas de emergencia.



  Al lado de la palabra bodega ella escribe: "lugar aislado, subterráneo y oscuro; vino; placeres terrenales de un alma concupiscible".

El poema sigue:


Me producía malestares difusos,
perturbaciones locales de angustia que yo procuraba conjurar
a través de un método rápido de preguntas y respuestas
creando en ella un estado de efervescencia pseudoerótico
que a la postre venía a repercutir en mí mismo
bajo la forma de incipientes erecciones y de una sensación de fracaso.


"Porque todo es incompleto, un simulacro; la relación amorosa es insatisfactoria e inmemorable", anotaba, anotó, ella.



Y aquellas catástrofes tan deprimentes para mi espíritu
que no terminaban completamente con colgar el teléfono
ya que, por lo general, quedábamos comprometidos
a vernos al día siguiente en una fuente de soda
o en la puerta de una iglesia de cuyo nombre no quiero acordarme.


"¿No te das cuenta de que todo está flotando y es difuso, de que todo es indeterminado, aunque Parra utilice un léxico científico?", concluye. 

¿Me lo estaba diciendo a mí o se lo estaba diciendo a ella? Me entraron las dudas pero al volver las páginas reconocí el verso de Umbral, rotundo como un granizo, que ella había copiado en una esquina:


Has oxidado el aire con tu cansancio.
 

Pasé rápido la página y llegué al último poema de la antología: "Soliloquio del individuo".
Me eché a reír. Ese poema ya no me retrotrae a una clase de universidad sino a una noche de excesos, en mi piso de la calle Maravillas, donde Kodro, el Bogart de Utrera y yo acabamos bebiendo pacharán a las seis de la mañana. En no sé qué momento Kodro se levanta, entra en mi cuarto, coge este libro y recita, con esa impostada seriedad que busca el que está muy borracho, el "Soliloquio del Individuo".



Yo soy el Individuo.
Primero viví en una roca.
(Allí grabé algunas figuras)
Luego busqué un lugar más apropiado.
Yo soy el Individuo.
Primero tuve que procurarme alimentos,
buscar peces, pájaros, buscar leña
(Ya me preocuparía de los demás asuntos).
Hacer una fogata,
leña, leña, dónde encontrar un poco de leña,
algo de leña para hacer una fogata,
Yo soy el Individuo.
(...)



En el silencio de la noche, en ese silencio denso del final de la noche que precede a las primeras luces, aquel repetitivo Yo soy el Individuo nos sonaba, curdas perdidos, a música celestial. Ni el mismo Nicanor Parra lo hubiera leído tan bien. 
Fue, como digo, uno de esos momentos mágicos que te brinda la literatura. 
No había vuelto a leer ese poema, aunque hemos recordado en multitud de ocasiones aquel día y aquella noche con su remate poético, o antipoético.
Y la de veces que nos queda seguir haciéndolo.
No lo grabé -su voz nos conducía al paroxismo- así que tendrás que conformarte con el propio Parra, que desde ahora ya es don Nicanor:










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