viernes, 12 de noviembre de 2010

Variaciones de la experiencia

   Por primera vez no era yo el tipejo borracho al que la camarera engreída abroncaba, por vez primera yo no era uno de los meapilas que estaban pillándose un cernícalo mientras cantaban las canciones horteras que iban sonando, no, por primera vez yo estaba sentado en la mesa del rincón, bajo la pantalla donde la Ponferradina era vapuleada por otro equipo, bebiendo café, hablando con Alberto y leyendo mi nuevo libro, Variaciones y Reincidencias, la poesía completa de Javier Salvago.

   Decidí también, por vez primera, leer el libro de poesía como si fuera una novela, empezando por la primera página y acabando por la última, atento a la evolución del personaje principal, el yo poético, y a los enredos de la trama. Este es el primer poema que leí, perteneciente a su primer libro, La destrucción o el humor(1980):

NO DESPIERTES AL PÁJARO DORMIDO

La escuela nacional con cara al sol
y queso americano incluidos,
los pantalones cortos, los soldados de plomo,
los chupasangres, el hombres del saco,
Roberto Alcázar y Pedrín, Diego Valor,
papá y sus recuerdos de la guerra,
mamá y sus peroles, sus misas,
sus rosarios, sus zurcidos,
Julio Verne, las pedradas, los nidos,
la abuela y sus historias de fantasmas,
los dolores de muelas, las castañas asadas,
el cisco reventando en el brasero...
Sí, tu niñez, ya fábula de fuentes.
No despiertes al pájaro dormido.
Cuando yo era pequeño,
todos los niños éramos franceses
(concretamene, de París).

   Poesía de la experiencia, la otra sentimentalidad, o sea.
   Los primeros poemas encierran ya casi todos los preceptos de este movimiento: individualismo, regodeo en las vivencias personales y en las experiencias cotidianas, importancia del tiempo, que todo lo destruye y muta, desengaño, escepticismo, distanciamiento a través del humor... Durante unos instantes soy feliz con el libro, río las ocurrencias, sufro con la soledad del poeta, añoro a su madre y a su abuela, me contagia sus miedos, entiendo sus cabreos, disfruto cuando da mancuerda a los poetas esteticistas de la generación anterior, comulgo, en fin, con su visión de la vida y de las cosas ...


ACHAQUES DE SOLITARIO

HE pasado de largo casi siempre
ante el amor, y eso algún día se paga.
Cuántas veces me he dicho:
-No hay prisa,
ya le abriré mañana.

Pero mañana es hoy, y ahora sucede
que cae la noche y sé lo que me aguarda:
mi habitación, la soledad y el frío.
¿Comprende usted por qué sonrío?
Sólo el humor me salva. 



... pero poco a poco sigo pasando páginas y leyendo más poemas, pido otro café, ¿o era una cerveza?, la Ponferradina encaja otro gol, y lo que antes era revelación, emociones compartidas, vida latiendo, ahora se me hace cliché, repetición indecorosa, aburrimiento, hartazgo. Al leer el libro como una novela siento que el protagonista se estanca, no evoluciona. Sus siguientes poemas están teñidos de más desencanto, el yo poético alcanza los cuarenta años y no deja de recordar su infancia, amparado en un viscoso y probablemente inevitable conformismo. El poeta dice que vive a media luz:


A MEDIA LUZ

VIVIR así: sin angustiosos sueños,
con los deseos justos y contados,

sin prisa por llegar a ningún sitio,
sin esperar de nada demasiado...,

tal vez no sea vivir; pero es mi vida
(o, al menos, lo que de ella va quedando).

   O más adelante, en un poema cuyo título recuerda la trilogía de Baroja, "La lucha por la vida":

LA LUCHA POR LA VIDA

No soy el mejor yo.
Pero, al menos, aguanto y sobrevivo.
Los demás, con sus sueños
-cansados, derrotados, aburridos-,
fueron cayendo
uno tras otro en el camino.
 

   Sigo leyendo y ya casi no aguanto cuando se pone en plan reflexivo, y empieza a divagar sobre el paso del tiempo, una vez más, o la pérdida de la juventud, inevitable, irremediable, en poemas que son casi calcos unos de otros, con apenas variantes. Además, cada vez hay menos humor que nos salve de tanta profundidad.
   Por suerte, Alberto de vez en cuando dice una parida de las suyas, y los borrachos que acuden sospechosamente al baño en repetidas ocasiones dejan de cantar y se van, y la camarera me guiña un ojo cuando me levanto a pedir de nuevo, y es entonces que me topo con el poema "Ulises", un poema extenso, narrativo, grandioso, que recrea a su manera, ya se sabe, con poesía de la experiencia, la difícil novela de James Joyce. Y sobradamente compensa este poema tantos versos trascendentes y categóricos. Transcribo un fragmento del poema:

Consulta su reloj. Entre una cosa y otra
-reuniones, proyectos- va llegando la hora
de comer. Se despide hasta luego. En un chino,
ante un plato de arroz tres delicias refrito
y una ensalada china, le sigue dando vueltas
al tema de la vida malgastada. Comprueba,
al apurar su taza de té, que es el segundo
paquete el que estrena. Total, la vida es humo.

Le queda tiempo aún para estirar las piernas
antes de proseguir. Un canto de sirenas
lo llama desde un cutre salón recreativo
y entra al trapo, sabiendo de sobra que es un timo.
Sólo para tentar su suerte o sentir algo,
un poco de emoción, como quien bebe un trago,
se deja seducir por una tragaperras
que, al cabo, le confirma que todo es una mierda.
En fin, otra razón de más, otro motivo
para pensar en serio en un remate digno,
pero la vida, astuta, sabe jugar sus cartas;
hacerle eso a su hijo sería una putada. 

1 comentario:

  1. Sobredimensionado. Temas que se enquistan. Recursos literarios al modo chuchupesco. Poeta cantimpla. Dinero en balde, para llenar estantes de nuestra librería, que quedará muy mono.
    A. Mata.

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