martes, 16 de noviembre de 2010

La cristalización

"Odiar es malo", le espetaba a su desconcertado sobrino un arrepentido Sato, el malo malísimo de la peli de Karate Kid II. Para hablar de lo contrario, del amor, he rescatado de entre mis libros uno que me regalaron hace tiempo, Momentos mágicos de la Literatura, de Andrés Amorós. Tomando como partida obras literarias que le han marcado, el catedrático de Literatura realiza un ameno recorrido por los grandes temas: el amor, la muerte, el tiempo, el arte... El primer mini-ensayo trata del amor y trata de cómo lo veía Stendhal, ese escritor francés románticamente realista que escribió Rojo y negro. La novela es tan apasionante que un amigo mío leyó por teléfono una página entera de las aventuras de Julien Sorel al recepcionista de un hotel en la Patagonia. Andrés Amorós, quien me firmó el prólogo de una edición de Rayuela que guardo en mi caja fuerte, lo exalta en este libro (a Stendhal, no a mi amigo) y he pensado que te podía gustar. El señor Miyagi era un seguidor insobornable de ambos (de Stendhal y de Andrés Amorós) y por eso siempre ganaba todos los combates.
Es un poco largo, pero merece la pena:


"El amor mueve el sol y las otras estrellas": lo dijo Dante Aliguieri hace cerca de setecientos años y es una de las mejores frases que se me ocurren para iniciar un libro. Porque no es una ponderación más o menos exagerada, una frase ingeniosa, "literaria". No: es una pura y simple constatación, un diagnóstico. No cabe sino aceptarlo, para bien y para mal: es así, no hay solución.
Toda la literatura se ocupa del amor: ¿de qué se iba a ocupar, si no?Maticemos: se ocupa de los sentimientos humanos; y, entre ellos, el amor es el más fuerte, el más terrible, el que puede hacerte más feliz o más desgraciado.
El único lector que de verdad nos interesa es el que lee por placer, por afición, por curiosidad. Su lectura, en cierto modo, tampoco es desinteresada: elige un libro porque le habla de sí mismo, de lo que a él le está pasando; le apasionará si ese libro consigue hacerle entender un poco el caos de su vida y puede sacar de ahí conclusiones para orientarla mejor, para ser un poco más feliz.
Por eso -repito- toda la literatura se ocupa del amor: lo que más íntimamente nos afecta, nos preocupa, nos desquicia, condiciona toda nuestra vida, nos lleva al cielo o al infierno.
Cada amor es único (o cree serlo). Pero a través de cada historia sentimental se expresa la gran corriente cósmica, el río de la vida que nos arrastra, sin que nos demos cuenta.
En las escuelas nos enseñan cosas, técnicas, saberes científicos. Nadie nos prepara para lo que más nos importa. El amor, cuando llega, nos encuentra inermes: no sabemos entender, ni siquiera expresar lo que, sin duda alguna, estamos viviendo. Por eso recurrimos a la literatura: para poder decir -y, en cierta medida, entender- la tempestad que se nos ha caído encima.
Todo este fenómeno es profundo y es sencillo, a la vez; no es intelectual sino vital; no hace falta haber estudiado en la Universidad para sentir, muy hondo, su alegría y su dolor.
¿También su dolor? ¿Por qué tiene que ser así? Entre otras cosas, por una experiencia de la que casi nadie escapa, a lo largo de su vida: el amor se acaba, aunque haya nacido con la ilusión de ser eterno. Lo definió Pablo Neruda:

Es tan corto el amor y es tan largo el olvido..

Eso es una tragedia, en el sentido estrcito de la palabra, porque, cuando sucede, es fatal, inevitable. Ante eso, el enamorado que sufre se llena de preguntas, que sólo la literatura puede intentar responder.
Leemos, unas veces, que ese sentimiento es fugaz, por naturaleza: pobre y tonto consuelo, aunque sea mal de muchos, porque todos nos hacemos la ilusión de que nuestro amor va a ser único.
Otras voces, más cínicas, lo explican reduciéndolo a una pasión física que, al conseguir su objetivo, se extingue...Por muy importante que sea -que es- lo físico, resulta difícil admitir esta reducción: la experiencia de cualquier ser humano le muestra que, al margen de la alcoba, antes o después de ella, el amor le ha hecho vivir momentos mágicos...
Para entenderlos, recurrimos a la literatura romántica. Los poetas ven a la amada con todas las perfecciones: un ángel, un dios. Su simple existencia da sentido a esta vida, es la mejor religión. Así, en Bécquer:

hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado...
¡hoy creo en Dios!

Pero ese espíritu celestial, cuando el amor se acaba, no se queda en un recuerdo nostálgico sino que engendra odio: la mujer, que se identificaba con la divinidad, pasa luego a ser un diablo.
Espronceda resume muy bien esta evolución sentimental en su popular "Canto a Teresa". En un primer momento, la amada va unida a imágenes de pureza angelical:

Tú fuiste un tiempo cristalino río,
manantial de purísima limpieza...

Comienza luego a asomar el desencanto:

Después, torrente de color sombrío,
rompiendo entre peñascos y maleza.

Al fin, se desencadena el reproche, la descalificación absoluta:

Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
entre fétido fango detenidas. 

Cristalino manantial, sombrío torrente, estanque corrompido...¿Cómo sería la auténtica Teresa? ¿Qué hizo para que su imagen cambiara tanto a los ojos del poeta?
Evidentemente, el poeta la había sometido a un proceso de idealización absoluta, al margen de su realidad, y eso era posible solamente desde la distancia. La cercanía, la intimidad, el paso del tiempo hacían inevitable que ella se manifestara tal cual es... provocando el desenamoramiento del escritor. Lo curioso -y trágico- es que él se sentiría no sólo desencantado, sino traicionado por una realidad que no correspondía a sus sueños...
En el primer tercio del siglo XIX, hacía falta ua inteligencia fuera de lo común para desenmascarar todo este "montaje", aparentemente tan elevado. Eso es lo que hace un escritor absolutamente excepcional, Stendhal.
Une Stendhal lo mejor del romanticismo y del realismo. Por eso, ser "stendhaliano" es casi una religión, que agrupa a fervorosos secuaces, em muchos países. (Para mí, además, una buena recomendación. Si alguien declara amar a Stendhal -o el jazz, por muy distinto que parezca-, en principio me fío de él y tiendo a ser su amigo: por ejemplo, de Consuelo Berges, su traductora, o de Arturo Pérez Reverte).
Para resumir su vida, un día, junto al lago Albano, fue escribiendo Stendhal en el polvo las iniciales de algunas mujeres: Virginia, Angela, Matilde... Más que honores políticos o cuentas de resultados, ¿no es ése el mejor resumen de la vida de cualquier hombre? Anota la fiel Consuelo Berges:

El amor fue siempre, para él, el más grande de los negocios, o más bien, el único.

Reunía Stendhal dos cualidades en principio contrapuestas, como sólo puede hacer un ser superior: la razón y la pasión, la lucidez y el ensueño. Por eso, para registrar adecuadamente sus emociones, en vez de la habitual retórica, se inspira leyendo el Código Civil...
En todas sus tribulaciones eróticas, el único consuelo de Stendhal ha sido "observar mi estado". Hacia 1820, abrumado por el dolor de un amor fracasado, reúne las notas que ha ido tomando en un librito, que titula Sobre el amor. 
Intenta ser un análisis implacable de esta enfermedad. Quiere explicarla "simplemente", razonablemente, matemáticamente. De modo deliberado, evita toda la retórica del sentimentalismo romántico:

Hago todos los esfuerzos por ser seco.

Así surge un librito que, en principio, tuvo muy poco éxito. Su editor le gastaba esta broma:

Diríase que su libro es sagrado, porque nadie lo toca.

Y el mismo se burlaba:

Es ultrarridículo...

Años después, la Iglesia Católica incluyó, de Stendhal, en su Índice de Libros Prohibidos, "omnia opera amatoria": es decir, sus grandes novelas de amor (El rojo y el negro, La cartuja de Parma) pero también este ensayito. (Eso quería decir que en la España de Franco no podía circular libremente). A la vez, el libro alcanzó una enorme popularidad: se decía que lo escondían, debajo de la almohada, muchísimas casadas...
¿Qué había de peligroso y de atractivo en este ensayo? Muy sencillo: un análisis frío, inteligente, implacable del amor romántico. Para explicar, como un médico, esta enfermedad, inventa Stendhal la metáfora de la cristalización:

En las minas de sal de Salzburgo, se arroja a las profundidades abandonadas de la mina una rama de árbol despojada de sus hojas por el invierno; si se saca a lcabo de dos o tres meses, está cubierta de cristales brillantes; las ramitas más diminutas, no más gruesas que las patas de un pajarillo, aparecen guarnecidas de infinitos diamantes, trémulos y deslumbradores; imposible reconocer la rama primitiva.

Según eso, no me enamoro yo de una persona real, de sus cualidades auténticas, sino de un sueño que forjo en mi imaginación, a partir de ella. Para desencadenar este proceso mental, hacen falta unas condicones objetivas: la duda, un obstáculo, la distancia, la negativa, los celos...
Un personaje de Marcel Proust, donde se la esperaba. por ejemplo, vive una pacífica relación con una joven, a la que ve en reuniones sociales todas las noches, sin sentir especial interés por ella. Una noche, sin embargo, ella no está  donde se la esperaba; él no se resigna a una ausencia que antes, muchas veces, ha deseado. Por eso, enloquecido, recorre todos los lugares donde quizá pueda encontrarla y, cuando lo logra, cae en sus brazos...
La conclusión pesimista es más bien obvia: la mujer -lo mismo podría ser el hombre, en un relato escrito por una narradora- maneja con innata maestría estos recursos para conquistar a los posibles enamorados. La relación erótica es una secreta -más o menos- guerra de los sexos. No es extraño que la Iglesia Católica juzgara peligrosa esta explicación de lo que suele ser el amor.
   En España, el texto de Stendhal suscitó un importante prólogo de Ortega y Gasset, que pretendía rectificarlo. la tesis del filósofo español podría resumirse en esta interrogación: ¿es que somos más tontos, al enamorarnos, que en cualquier otro aspecto de la vida cotidiana?
   Por muy brillante que sea el estilo de Ortega, la respuesta es obvia: ¡por supuestoque sí! Más tontos o más listos o más de todo, porque, en amor, salvo para los extremadamente calculadores o cínicos, la inteligencia no tiene demasiado que decir. Ya lo formuló  para siempre Pascal: "El corazón tiene sus razones..." Basta con mirar a nuestro alrededor, cada día, para comprobarlo.
   la descripción del fenómeno psicológico de la cristalización es, quizá, uno de los monumentos de la inteligencia humana. ¿Le sirvió a sua autor para orientar mejor su propia vida sentimental, para ser más feliz? Parece que no: por suerte para él, probablemente. Porque no somos máquinas de pensar sino seres humanos que en las contradicciones nacemos, vivimos y morimos.
   En 1825 recibió Stendhal la noticia de la muerte de su amada Matilde Viscontini, que le había hecho sufrir tanto. En el ejemplar que tenía de su propio libro, Del amor, escribió la fecha y estas palabras:

Death of the author ("Muerte del autor")

En una de sus novelas, cita muy oportunamente Corín Tellado una frase de San Agustín: Omnia vincit amor, "todo lo vence el amor". Todo: incluida -por supuesto- la inteligencia de los análisis más lúcidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario